Es difícil comenzar un nuevo proyecto sin tener miedo. Todos tenemos fragilidades. Pero no por eso debemos dejarnos vencer por ellas. Como decía Dale Carnegie, el miedo es una mentira. Solo existe en nuestra mente y su propósito es mantenernos a salvo, seguros. El crecimiento personal y las circunstancias de cada momento nos obligan a salir de nuestra zona de confort.
Cuando la comodidad en la que residimos se ve amenazada, nuestro cerebro pone en marcha el mecanismo del miedo. Es lo que ocurre cuando perdemos un empleo y tenemos que comenzar de nuevo o cuando no estamos del todo a gusto en nuestro entorno laboral. En ambos casos puede ocurrir que nos planteemos emprender. Iniciar un nuevo camino por cuenta propia. Crear un negocio. En seguida nos asaltarán las dudas y el miedo.
Pero lo primero que hay que hacer es analizar esta reacción. ¿A qué tenemos miedo exactamente? ¿A la idea que ponemos en marcha? O ¿al fracaso? Seguramente es este último el factor que más nos preocupa. Sin embargo, el éxito es fruto de la constancia, de la confianza en uno mismo, de la tenacidad. Y los errores no tienen que ser más que un trampolín para lanzarnos de nuevo hacia nuestro objetivo.
¿Qué hubiese sido de la humanidad si Bill Gates, Walt Disney, Steve Jobs o tantos otros emprendedores ilustres se hubieran rendido ante el primer mal resultado? Seguramente en estos momentos sus nombres no se asociarían al éxito que se ha convertido en referente para muchas personas que deciden emprender un negocio. Un revés en el camino no es sinónimo de fracaso absoluto.
El error es oportunidad
El error es una oportunidad porque las experiencias nos permiten rectificar para mejorar y alcanzar nuestras metas. Tampoco hay que perder de vista que los resultados no siempre dependen exclusivamente de nosotros. Múltiples factores externos también influyen y éstos pueden ser incontrolables.
En todo nuevo proyecto se corren riesgos y hay que estar dispuesto a asumirlos. De no ser así no saldríamos nunca de nuestra zona de confort. En general, el éxito acaba llegando a aquellos que trabajan y están dispuestos a arriesgar.
Es importante convencerse de que uno puede construir la vida que quiere. El fracaso o las críticas solo tienen que interpretarse en positivo. Es habitual que cuando una persona emprende tenga que enfrentarse también a las opiniones de aquellos que le rodean. No obstante, si uno cree en su talento y está convencido de lo que quiere será fácil apartar las críticas. Los demás verán en ti aquello que proyectas.
Un buen plan de acción
Antes de emprender será necesario diseñar un buen plan de acción. Es decir, poner sobre papel todo aquello que se quiere hacer, cómo y en qué momento. De la misma manera, habrá que valorar los recursos de los que se dispone para ello y a quien podemos recurrir. Nunca se debe perder de vista la realidad. Lo cual no quiere decir que haya que ser pesimista ante un reto. Al contrario, hay que mantener siempre una actitud positiva porque esto nos beneficiará.
Tampoco es conveniente emprender solos. Es decir, cuando uno comienza son muchas las dudas que le asaltan. Por ello, es mejor buscar a alguien que haya pasado por el mismo proceso antes que nosotros y que lo haya hecho de forma satisfactoria. Porque esa persona podría convertirse en un guía para nosotros.
Tener un consejero nos ayuda en los momentos más críticos y también nos transmite confianza. Y aunque hayamos valorado aquello que podemos ganar y también lo que podemos perder, el punto de vista de otra persona nos invita a conocer nuevas propuestas para reducir riesgos.
Ganas de aprender
Para emprender no es necesario ser un experto. Si se persigue un objetivo hay que prepararse para alcanzarlo. Es aquí donde se cabe el aprendizaje que vendrá de la experiencia pero también de la inquietud intelectual de cada persona. El emprendimiento abre también la puerta al crecimiento personal.
Nunca hay que darse por satisfecho en este sentido. Cuanto más motivación exista más implicación habrá y, en consecuencia, más probabilidades de éxito. Porque la falta de confianza en uno mismo deriva, en ocasiones, de la falta de experiencia porque nunca antes se ha puesto en marcha un proyecto nuevo de características similares al que se persigue. El camino se hace al andar, como dijo el poeta.
Dale Carnegie lo tenía claro. Si crees en tu éxito acabarás obteniéndolo. El éxito no siempre tiene por qué ir asociado al beneficio económico. Alguien que antes ha estado trabajando en una empresa en la que el ambiente de trabajo no era, en su opinión, el idóneo para él. En el que no se ha sentido realizado a nivel personal, valorará mucho más su experiencia de sosiego y satisfacción personal.
Sentirse bien y motivado será el primer paso para que los beneficios económicos lleguen a la empresa. Ser el artífice de un proyecto en el que se cree y que se defiende con seguridad comporta que la dedicación será la necesaria para que funcione a todos los niveles.
Salario emocional
Los inicios, a menudo, no son como los imaginamos. Sobre todo si por encima de otras cuestiones valoramos la económica. El miedo a no contar con ingresos también puede hacer que reneguemos de un objetivo. Por ello también habrá que planificar este factor. Pero sin quedarnos en un extremo, cuando alguien emprende no siempre lo hace por la parte económica.
Se persiguen otros beneficios no cuantificables, emocionales, que forman parte del denominado salario emocional. Algo que, como hemos dicho, nos empuja al éxito. Hasta llegar a este punto también será necesario controlar a lo largo del proceso el estrés y la ansiedad que provoca comenzar algo nuevo.
Los negocios son uno de los ámbitos en los que se pone a prueba nuestra capacidad de resiliencia, de sobreponernos a las circunstancias más difíciles. Y el miedo suele ser un aliado.